Línea Editorial


Que nadie busque aquí un mínimo indicio de objetividad; sinceramente, no lo hay. En este blog se reflexiona sobre la obra del artista David Bowie, metáfora del cambio inacabado. He aquí, por tanto, una excepcional fusión de arte, pensamiento y esquizofrenia.

jueves, 23 de julio de 2015

"Young Americans" o el cambio del cambio

La mutación total. Valiente y arriesgada, tal vez suicida, con mucho que perder y, eso sí, también mucho que ganar... La conquista del mercado americano supuso en el caso de Bowie el salto más grande de su carrera, no al vacío sino a la gloria máxima. Si te haces con la audiencia yanqui lo tienes todo. Ahora bien, ¿qué necesidad tenía el inventor de Ziggy y Aladdin de adentrarse en derroteros que para nada controlaba? Su viaje hacia el soul es soberbio. Se desliga del rock en un suspiro y se busca piso en Filadelfia para componer a destajo el disco posterior a Diamond Dogs, giro de 360 grados que tenía todas las papeletas para acabar en fracaso.


La producción de lo que parecía un capricho fue surrealista: en Londres, Tony Visconti; en Filadelfia, Bowie. El primero, modelando el material hacia las esencias negras; el segundo, con su nuevo amigo John Lennon, manipulando textos y sonidos por derivas más comerciales. Finalmente el cantante se salió con la suya, lo que significó un golpe maestro en la leyenda que iba gestando desde hacía una década. Las contribuciones de los por entonces muy jóvenes Carlos Alomar y Luther Vandross (ambos con 24 años en aquel 1975) aportaron la frescura suficiente como para firmar una obra, no maestra, pero sí definitiva. De mítico podemos calificar el anticipo ofrecido en el Dick Cavett Show en diciembre del 74. Hombreras y mucha laca para el cambio del cambio.


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